domingo, 24 de abril de 2011

Sufrimiento y diversión.

Muchos lo llama arte, otros cultura, algunos lo llaman Fiesta, otros afirman que es una tradición con un pasado histórico innegable, y que como tal no debería desaparecer, incluso se ha llegado a denominar como un deporte o una ciencia. Sin embargo, bajo mi punto de vista, la tauromaquia es, y cito a Antonio Gala, una injusticia inexplicable, un atrocinio cruel e innecesario. Su carácter tradicional y su larga historia no justifican su brutalidad; tampoco son argumentos que me eximan de denunciar una práctica que hace apología de una violencia gratuita e inútil desde hace siglos.
No pretendo entrar en cuestiones preferenciales, cada cual es libre de apreciar lo que guste. Puedo aceptar que sus seguidores disfruten con el sufrimiento de un animal, siempre y cuando ellos no estén involucrados en él. Peores filias existen.
Pero lo que no puedo aceptar, y creo nadie debería,  es que un acto como éste sea  protegido y respaldado por las autoridades de un país. La decisión que ha tomado Francia a favor de inscribir esta actividad en su patrimonio inmaterial, independientemente de si esta es o no una maniobra para satisfacer a su electorado, cada vez más influenciado por el Frente Nacional, es una acción que me merece la repulsa más enérgica. Pensar que el siguiente paso es la conversión en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO me resulta tan atroz como impensable. Una organización como tal promueve la paz mediante la cultura, la ciencia y la educación, y convierte en patrimonio aquello que pone de manifiesto la riqueza natural y cultural de toda la humanidad, aquello que supone un hito para el planeta y representa una toma de conciencia con él. Teniendo en cuenta estas premisas, no podría aceptar la inscripción de la tauromaquía dentro de la lista del Patrimonio Mundial.
No supone un avance de libertades, como sostienen algunos. La libertad debe tener unos límites racionales, debe estar condicionada por unos valores éticos que sean superiores a costumbres y tradiciones. Así, la tauromaquia debe ser observada desde una perspectiva pragmática y realista, con cabeza. Es una práctica en la que se mata a un animal para que una audiencia disfrute con ello. No hay trampa ni cartón, es exactamente eso, y ocurre en el siglo XXI.  Es violencia contra los animales, está institucionalizada, y es algo apolítico e independiente de ideologías. Es una cuestión no ya moral, sino ética. Sin embargo, la tradición parece justificarlo, y la indiferencia e inacción de la población española alimentan un problema que no va a cambiar si miramos hacia otro lado y esgrimimos argumentos del estilo de “el que quiera ver los toros que los vea, el que no que se vaya”. Porque quien afirma esto no se da cuenta que estar en desacuerdo con la tauromaquia es igual que estarlo con los totalitarismos o la corrupción política: debería  ser no únicamente un derecho, sino un deber.



@ricardodudda




2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo, deberiamos crear una cultura en la que se premiase la paz y la competicion limpia y no las masacres. Además las corridas hoy en día están tan amañadas que ni siquiera tiene interés el enfrentamiento: siempre gana el torero.

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  2. Que el toreo sea cultura y a los videojuegos y los comics todavía les quede un trecho para serlo me deprime mucho.
    Como dice el gran pensador nihilista de nuestro tiempo, Mourinho, "me da asco vivir en este mundo".

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