jueves, 24 de febrero de 2011

Del poder al ostracismo.

Para que una un gobierno dictatorial o autoritario triunfe, necesita el apoyo de su pueblo. Aunque los ciudadanos no elijan a su líder y el poder del pais no emane de ellos, tal y como dicen las constituciones democráticas, los regímenes dictatoriales necesitan del apoyo popular para legitimar y mantener su autoridad.
Por ello es realmente imprescindible un proceso de socialización que establezca fuertes vínculos entre la sociedad civil y el líder o dictador, un proceso que convenza al pueblo de la idoneidad del gobierno. Así, con una mayoría del pueblo satisfecha y afín al líder, las acciones que éste realice pocas veces encontrarán oposición. Este proceso socializador, un mecanismo muy utilizado por los regímenes totalitarios tales como el nazismo o el estalinismo e incluso mucho más eficaz que la represión o las acciones coercitivas, lo que busca es la gratificación social, una gratificación que garantice a la sociedad un beneficio tangible. Con ello el régimen no consigue únicamente que su pueblo no se oponga al gobierno, sino que además legitima todas sus acciones, que buscan supuestamente el bienestar social y el alto nivel de vida.
Pero cuando el pueblo y la sociedad civil se unen en contra de un líder y de un régimen, tal y como ha ocurrido en las revueltas árabes de Túnez, Egipto o Libia, las acciones socializadoras pierden su peso y son completamente sustituidas por el único mecanismo que queda, la represión. Y, como he dicho antes, un régimen totalitario es incapaz de mantenerse y sustentarse únicamente con represión, y sin un mínimo de apoyo de su pueblo, algo que debería aprender Gadafi en estos momentos y que ya aprendieron los ex presidentes de Túnez y Egipto, Ben Ali y Mubarak. Su pueblo, el de Gadafi, se opone a él, a su dictadura, su represión, su autoritarismo, a la escasez de derechos y libertades, y éste se niega a escucharlo. Así el vínculo que existía entre el régimen y la sociedad civil desaparece, y únicamente es capaz de sofocar las revueltas y manifestaciones a sangre y fuego.
Ayudado por mercenarios extranjeros y sin el apoyo de su pueblo, Libia, Gadafi lo que consigue mediante la violencia es avivar la llama del fervor y la resistencia de los rebeldes, de los que se oponen a él, y las bombas que éste dictador arroja a sus ciudadanos no hacen sino abrir más la tierra, cavar un agujero cada vez más hondo que se convertirá inevitablemente en su tumba.



sábado, 5 de febrero de 2011

127 hours

Conmiseración. Se podría decir que esa es la sensación a la que se llega cuando se termina de ver la película “127 hours”. Conmiseración por un hombre que, ajeno a su familia y cercanos, motivado por su propias metas y convetido en un temerario, acaba descubriendo que la aceptación de la realidad, por muy desagradable que sea, es la solución a sus problemas. Conmiseración por un hombre que, siempre ambicioso, cae en el error de serlo demasiado, confiándose de sus capacidades como escalador. Conmiseración por un hombre al que le cae una piedra en el brazo que le inmoviliza, una piedra que le sirve de escarmiento por su actitud pasada, por no haber aceptado que existía más gente a su alrededor, gente que de verdad se preocupaba por él y que podía haberle ayudado. Conmiseración por un hombre que se desvincula del mundo real, de la dinámica de la realidad y acaba atrapado 127 horas pensando en todos los errores que ha cometido.
(Conmiseración también por todos los espectadores, que deben soportar la cara de James Franco no 127 horas (sería inhumano), sino 90 minutos).
Conmiseración, o incluso empatía, por un hombre que evoluciona, como debe ser en las películas, de querer comerse el mundo a bocados a querer comerselo a bocaditos. Las vicisitudes de la vida…