miércoles, 20 de octubre de 2010

El Puente de Tacoma Narrows

La lejanía con la que a veces se observa la realidad es la tónica de la sociedad actual. Vivimos ensimismados en nuestras aspiraciones, en nuestros pequeños retos, y desconocemos lo que atañe a nuestros intereses generales. Somos una sociedad a la que nos resulta indiferente lo que ocurre en otros lugares, en otras zonas, incluso en nuestro propio país. Por naturaleza somos codiciosos, egoístas y somos incapaces de ponernos en el papel de los demás.
Codicia
Y es que está claro, la sociedad actual busca enriquecerse a toda costa, en una especie de pirámide de Ponzi en la que el dinero que recaudamos sirve para ganar más dinero. Como se suele decir, “ para hacer dinero, hace falta dinero”. Y eso es lo que ocurre actualmente con la economía. La política del Estado del Bienestar, desgraciadamente sustentada por el esquema que ideó el estafador italiano Carlo Ponzi, recauda impuestos de los contribuyentes y con ese mismo dinero paga las prestaciones a estos, es decir, los contribuyentes cobran el mismo dinero que pagan en impuestos. Es una pescadilla que se muerde la cola, que impide el ahorro en unas sociedades que buscan el bienestar. Sobra decir que es totalmente inviable, es el fracaso de una forma económica que poco a poco va desapareciendo. Desde socialdemócratas hasta neoconservadores pasando por el ultraderechismo del Tea Party están demostrando, aunque implícitamente, mediante propuestas y nuevos recortes, que la situación actual es insostenible.

Colapso estructural en 1940 del puente Tacoma Narrows, San Francisco.
Estamos en un punto de inflexión en el que lo único que vale ahora es una huida hacia adelante. Se nos planta ante nosotros un abismo en el que tenemos un puente partido a la mitad, el puente de Tacoma Narrows en 1940 en San Francisco. Cuando lleguemos a esa mitad y veamos el precipicio, será demasiado tarde para construir la continuación hasta al otro lado. 




                                                                                                     





miércoles, 13 de octubre de 2010

En attendant Godot

 Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó, el mundo y principalmente Europa quedaron sumidos en la más profunda devastación. La población mundial sufrió tras la guerra una enorme crisis moral y social, en la que términos como Paz, Diálogo o Diplomacia habían perdido valor, y los millones de víctimas de la sangrienta contienda pasaron a ser meros datos, números y estadísticas. Europa estaba mal acostumbrada al horror tras cuarenta años de guerras y conflictos. Pero la Segunda Guerra Mundial fue la gota que colmó el vaso de la moralidad europea y mundial, una especie de “hasta aquí hemos llegado”.

Vladimir y Estragón, personajes de la obra de Samuel Beckett “Esperando a Godot”, son el perfecto reflejo de esta sociedad de posguerra. Ambos están perdidos, no saben lo que les deparará el futuro, únicamente basan su vida en la vana esperanza de que un tal Godot les salvará la vida, les indicará el camino adecuado. Pero Godot no llega, y estamos en 1953, en plena guerra fría. Se han formado dos bloques que pugnan por la hegemonía mundial, y la sociedad vuelve a dormir intranquila bajo la amenaza de un enemigo que nunca atacará.
Vladimir y Estragón.
La caída del muro de Berlín en 1989 y la consiguiente desaparición de la URSS dos años después supusieron una nueva etapa, una etapa en la que el capitalismo y el Estado del Bienestar serían los dominantes del mundo. Los países que surgieron tras la desmembración soviética, aunque siguen recuperándose aún de la etapa comunista, adoptaron este modelo como solución a su maltrecha economía y política. El mundo entero, incluso los últimos reductos comunistas como China, con un férreo control de la población, negándole la libertad de expresión, han adoptado el capitalismo como modo económico.
Pero al capitalismo, aun desaparecido su principal enemigo, le ha surgido un nuevo enemigo: él mismo.


Tras la guerra y principalmente tras la desaparición de la Unión Soviética, “los estados del bienestar de la Europa occidental […]proporcionaron los beneficios más generosos jamás concedidos a los trabajadores en ninguna parte”(Christopher Caldwell). Era la solución, el perfecto camino hacia la prosperidad.
Willy Lomann
Pero este sistema comenzó a ser puesto en tela de juicio. No se criticaba el Estado del Bienestar (¿quien puede estar en contra del bienestar?), sino el capitalismo, el modo de vida predominante en el mundo. Éste promulgaba un desarrollo económico próspero sin que se alterara el bienestar social, algo que actualmente se ha demostrado imposible.. Estados Unidos, precursor y máximo defensor del capitalismo observó que no eran capaz de sostener su propio modelo. El Estado del Bienestar promulgaba una igualdad de oportunidades, de derechos y de posibilidad de llegar a la prosperidad. Pero ya Willy Lomann en “Muerte de un Viajante” observó que eso no existía, que estaba perdido y aun habiendo trabajado toda su vida no era capaz de llegar a lo más alto.


60 años después, en pleno siglo XXI y en mitad de la crisis económica más importante del siglo tras el crack del 29, todos los americanos, europeos y defensores del Estado del Bienestar se convierten en Willy Lomann, en personas perdidas que observan que no hay una salida, no hay una manera de salir adelante sin sacrificar todo por lo que lucharon. Estos Willy Lomann se dan cuenta de que no se puede gobernar favoreciendo a todos. Los pilares básicos capitalistas de mantenimiento del empleo, leyes que permitan movilidad y eficacia de la economía estatal, asistencia médica, son derrumbados por los mismos que los edificaron. Estos Willy Lomann se introducen en la obra de Samuel Beckett “Esperando a Godot” y esperan en vano a que Godot les ayude a salvar el Estado del Bienestar. Pero Godot no aparece.

“Mejor un fin con terror que un terror sin fin”