martes, 30 de noviembre de 2010

If you play in dirt, you get dirty.

En la sociedad tan poco transparente en la que vivimos, en la que el periodismo es mayoritariamente un instrumento político que nos indica en qué pensar y de qué forma (aunque sea implícitamente), las últimas y controvertidas filtraciones de Julian Assange en su página web Wikileaks sobre la diplomacia internacional suponen una reconciliación con el verdadero periodismo, un periodismo que informa de todo y pone ante el receptor una innumerable cantidad de hechos que éste puede valorar. Si bien es cierto que soy bastante escéptico en cuanto a la forma de obtención de dichos documentos, ya que han sido extraídos ilegítimamente, también es verdad que ponen de manifiesto la enorme opacidad que rodea a la diplomacia internacional. Todo el mundo sabe que las relaciones internacionales y la política, principalmente, son una gran iceberg. La opinión pública únicamente ve su parte superior, la que se encuentra en la superficie, mientras que el grueso de esta se encuentra bajo el agua, fuera del alcance de la sociedad.
Las repercusiones que éste suceso está despertando son enormemente graves para las relaciones diplomáticas entre EEUU y sus aliados, y creo no equivocarme al afirmar que marcarán un antes y un después en la diplomacia internacional. Lo que se ha dicho y lo que se pone de manifiesto en dichas filtraciones son verdades flagrantes, y en el caso de que sea imposible su verificación, su valor es incalculable en tanto en cuanto condicionará enormemente la relación exterior de EEUU con el resto del mundo.
Por otra parte es totalmente incomprensible cómo un departamento de Estado del país más poderoso del mundo ha podido sufrir tal saqueo de documentos confidenciales. El hecho de que una serie de cables o conexiones vía internet comunique a alrededor de 3 millones de estadounidenses (entre los que se encuentra personal del FBI, la CIA o la DEA), no es excusa para una filtración tan grave y un supuesto hackeo del sistema.
En los años 70 un tal "Garganta Profunda" destapó los secretos del Watergate, que los periodistas del Washington Post Bob Woodward y Carl Bernstein publicaron, provocando entonces la destitución del presidente Nixon. En el caso Wikileaks, bajo mi punto de vista, es realmente difícil que un sólo "Deep Throat" haya conseguido filtrar tal cantidad de documentos que, si bien no se encontraban en la categoría de Top Secret , lo estaban en la de Secret o Confidential, lo que dificulta bastante su "hackeo". El supuesto responsable de las filtraciones sobre la guerra de Iraq y Afganistán, Bradley Manning, es el principal sospechoso de esta nueva oleada de documentos secretos sobre la diplomacia internacional, pero dudo mucho que todo el trabajo haya recaído en él, incluso teniendo conocimientos de informática.
La lección que se extrae de esta situación, que no tiene precedentes pero si tendrá consecuentes, es que los cables con los que están amarrados los documentos más secretos de EEUU deberían ser mejor atados. Este suceso supone un gran escarmiento para la seguridad del Departamente de Estado de EEUU, y sacude los pilares sobre los que descansan las relaciones internacionales en la actualidad. Es una lección, no de periodismo, sino de espionaje y "hackeo" que deben aprender los gobiernos de todo el mundo. Y es que, como bien decía Jimmy Mcnulty en la magnífica serie "The Wire", If you play in dirt, you get dirty.


miércoles, 24 de noviembre de 2010


Cuando en noviembre de 1975 el rey Hassan II de Marruecos, aprovechando la decadencia del régimen franquista, promovió una marcha popular para ocupar los territorios del Sáhara Occidental Español, el gobierno de Arias Navarro ya había acordado desde 1966, bajo auspicio de la ONU, ratificar un referéndum de independencia para dicha región, considerada la 45ª del estado español desde 1958. Marruecos, años después, y temeroso de que ese referéndum pudiera realizarse y resultara favorable para la causa saharaui, recurrió a la Asamblea General de Naciones Unidas en 1975 para instar a este organismo de que el referéndum no se realizara[1]. Por ello Naciones Unidas solicitó a la Corte Internacional de Justicia que elaborara un veredicto sobre la situación del Sáhara, y que estudiara la historia y situación de tales territorios. El veredicto fue claro: si bien era cierto que tales territorios poseían vínculos con Marruecos, especialmente en cuanto a tierras y la subordinación de éstas, el Sáhara Occidental, siguiendo las directrices de la resolución 1514 de 1960 elaborada por Naciones Unidas (La Declaración de Garantías de Independencia para las Colonias y los Pueblos), debía elaborar un referéndum de independencia. Pero el gobierno de Hassan II no interpretó el veredicto como tal, sino que únicamente dio por valida la resolución que alegaba vínculos del Sáhara Occidental con Marruecos. Por lo tanto, una gran turba popular, organizada por el gobierno marroquí y denominada la Marcha Verde, se dirigió en Noviembre de 1975 hacia los territorios del Sáhara Occidental, para así ocupar una zona que Marruecos consideraba soberana.
La creación del Frente Polisario (Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro, territorios reivindicados por la población del Sáhara Occidental Español) en 1973 y la denominada marcha verde marroquí en 1975 propiciaron los Acuerdos de Madrid del 16 de Noviembre de 1975, en los que España cedió la administración del territorio a Marruecos y Mauritania, países que compartían frontera con el Sáhara Occidental. Meses después y ya fallecido Francisco Franco, España se desvinculó de su soberanía en el Sáhara retirando las tropas el 27 de Febrero de 1976. Ese mismo día el Frente Polisario proclamó la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) apoyada por Argelia, y Marruecos ocupó militarmente la zona, hechos que propiciaron el inicio de una guerra que, una vez España desligada del Sáhara, enfrentó a Marruecos, Mauritania y el Frente Polisario por unos territorios realmente ricos en fosfatos y recursos pesqueros. Mauritania, que únicamente controlaba la ciudad sureña de La Aguera, cercana a la frontera con éste país, firmó la paz con el Frente Polisario en agosto de 1978. Fue entonces cuando el conflicto se convirtió en una lucha por la soberanía del Sáhara entre dos únicos bandos: el Frente Polisario y Marruecos.
El gobierno de Argelia, que era aliado y reconocía la RASD, construyó en su país una serie de campamentos al sur de Tinduf donde podrían vivir los saharauis desplazados de su territorio tras la ocupación total de Marruecos. El régimen alaui se mantenía firme en su decisión de mantener su soberanía sobre el Sáhara, por lo que entre 1980 y 1987 levantó un muro defensivo de alrededor de 2.500 km que separaba la zona ocupada por la RASD, cercana a Argelia, y la zona que Marruecos ocupaba militarmente.
Desde 1991, año en el que la ONU intervino en el Sáhara creando la resolución 690, que debía garantizar un alto el fuego entre el Polisario y Marruecos, la repatración de prisioneros de ambos bandos y un referéndum de independencia, todo ello vigilado por una misión de la ONU presente allí (MINURSO), la situación del Sáhara se ha mantenido estancada y no ha evolucionado favorablemente. La guerra entre el Polisario y Marruecos terminó, pero el referéndum de independencia seguía sin celebrarse. Ni la intervención de la MINURSO, ni la mediación entre ambos gobiernos fomentada por expertos diplomáticos como Christopher Ross han conseguido que las partes implicadas en el conflicto puedan llegar a un consenso en el que se solucione el problema.
Pero la situación no podía sostenerse más. El gobierno marroquí, según afirmaba la población saharaui, vulneraba los derechos de la población del Sáhara, les impedía obtener empleo y una vivienda digna. Las protestas, incluso en un régimen tan estricto y duro como el marroquí, no se hicieron esperar. El 10 de octubre de 2010 entre 10.000 y 20.000 personas, habitantes de la zona del Sáhara Occidental gobernada por Marruecos, se instalaron en Gdem Izik, una zona prácticamente desértica a 14 km de El Aiún, capital del Sáhara y gobernada por Marruecos. Estas decenas de miles de personas levantaron un campamento de protesta denunciando una grave vulneración de sus derechos sociales, a lo que el gobierno marroquí respondió con una progresiva represión. Un régimen como tal no podía aceptar disidencia de ninguna clase, y menos en un territorio en el que independentistas saharauis y marroquíes reivindicaban como suyo.
El asesinato de un adolescente saharaui por parte del ejército marroquí el 24 de octubre vaticinó lo que más adelante se convertiría en el peor conflicto de la zona desde hacía 35 años. Poco días después la cobertura mediática internacional, atraída por los conflictos que se iban sucediendo, fue percatándose de la progresiva opacidad informativa del gobierno marroquí, y la cada vez más tensa relación entre los medios y el régimen alaui.
Durante los días siguientes al asesinato del adolescente saharaui la tensión se fue acumulando, y Marruecos iba mostrando su clara intención de mostrarse intolerante ante lo que denominaba una “violación, alteración y puesta en duda de la marroquinidad” del Sáhara Occidental, en palabras del monarca Mohamed VI de Marruecos. Poco a poco la actitud represora del régimen marroquí fue intensificandose, tal y como afirmaron el 4 de noviembre miembros del Frente Polisario al alegar que el campamento de protesta estaba siendo sitiado por el ejército marroquí, mientras en El Aaiún decenas de jóvenes manifestantes protestaban con barricadas y hogueras.
El 8 de Noviembre la tensión se desató completamente. El gobierno marroquí intervino violentamente en el campamento de Gdem Izik con cañones de agua, gases lacrimógenos y porras para así acabar con la protesta saharaui.
Pronto los medios de comunicación, especialmente españoles, se hicieron eco de la noticia, que suponía una violación flagrante de los derechos de la población saharaui e incluso crímenes de lesa humanidad, tal y como afirmaban miembros del frente Polisario. La opacidad informativa se intensificó enormemente, e incluso era totalmente imposible viajar hacia El Aaiún sin el consentimiento del gobierno marroquí. Los disturbios se trasladaron, una vez desalojado el campamento de protesta de Gdem Izik, a la capital El Aaiún, donde los saharauis levantaron barricadas de piedra y proclamaron su independencia mientras la policía cargaba contra ellos. La ciudad estaba tomada por completo por las fuerzas del orden marroquí, y era imposible acceder ni salir de ella.
El mismo día en Nueva York comenzaban las conversaciones entre el frente Polisario y Marruecos, bajo auspicio de la ONU,  que buscaban decidir una nueva fecha para una nueva citación.  Pero ni siquiera los disturbios en El Aaiún fueron denunciados por Naciones Unidas, que constantemente instaba a ambas partes a “ejercer la mayor contención” posible durante el conflicto para poder llegar a una solución, tal y como afirmaba el portavoz de la ONU Martin Nebrisky.
La respuesta española tampoco denunciaba lo ocurrido. La ministra de exteriores Trinidad Jiménez coincidía con la decisión de la ONU: era necesario esclarecer todos los hechos y hacer una investigación objetiva sobre lo ocurrido, al igual que “evitar que el conflicto sea mayor” e instar a ambas partes a que se “reanuden cuanto antes las conversaciones”. España era en parte responsable de la situación de la población saharaui, pero aún así la ministra de asuntos exteriores abogaba porque las Naciones Unidas debían “ampliar sus capacidades para la vigilancia y protección de los derechos humanos” en el Sáhara Occidental.
Mientras tanto El Aaiún seguía ocupado militarmente, y se realizaron alrededor de 600 y 800 detenciones a saharauis supuestamente implicados en la protesta, tal y como afirmaba el Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Por otra parte, organismos como Human Rights Watch pudieron acceder a la zona para realizar un estudio objetivo de lo ocurrido. Su conclusión desmentía la hipótesis saharaui de que había alrededor de 36 fallecidos, pero aún así la organización contó 2 muertos saharauis y 11 policías marroquíes.

 Al margen de las especulaciones, la escasa transparencia informativa de Marruecos y la impasividad de la ONU y España, principales responsables de la situación en el Sáhara, la situación de la antigua colonia española no puede seguir en ese limbo judicial en el que se encuentra de un tiempo a esta parte. Es totalmente inaceptable que exista, en pleno siglo XXI, una región que aún no haya sufrido el proceso de descolonización que ya tuvieron decenas de países durante todo el siglo XX. Si bien es cierto que la mayor culpa recae en el gobierno marroquí, que se ha opuesto siempre a la organización de un referéndum en el Sáhara, España también es responsable de la integridad de este pueblo, ya que garantizó la organización de un referéndum de independencia que, despues de 40 años de conflicto, aún no se ha celebrado. Es cierto que es un tema especialmente delicado para las relaciones bilaterales entre España y Marruecos. Éste último es un gran aliado en la lucha contra el terrorismo islamista y la inmigración ilegal, y el comercio entre ambos países es de gran importancia para la economía de ambos. Aún así, una violación de los derechos humanos debe ser denunciada por encima de todo tipo de relación bilateral, comercial o diplomática. Y más siendo España aún responsable de la situación del pueblo saharaui.



[1] Durante todo el conflicto, desde hace 35 años, Marruecos siempre se ha opuesto a que se realizara un referéndum de independencia del pueblo saharaui, a sabiendas de que no sería para nada favorable para el gobierno marroquí.

jueves, 4 de noviembre de 2010

La atemporalidad de Charlot.


Estrenada en 1936 y protagonizada por el famoso actor Charles Chaplin, Tiempos Modernos es el claro reflejo de la sociedad obrera estadounidense de principios del siglo XX, tras la segunda revolución industrial del siglo anterior que cambió radicalmente el trabajo obrero.
El protagonista, Charlot[1], papel que encarna en más de una película Charles Chaplin, es un proletario que trabaja sin descanso en una fábrica de acero, hasta que acaba perdiendo la razón. En un arranque de locura escapa de la fábrica y comienza una aventura en la que se ve involucrado en todos los problemas de la sociedad (el paro, las organizaciones sindicales, la huelga, el incremento de la delincuencia), que caracterizan a esta década, posterior a la crisis de 1929. Tras varias etapas en la cárcel por diversos malentendidos (enredos típicos de su humor), conoce a una joven con la que comparte las desgracias de la época. Ambos anhelan un hogar, un trabajo fijo y las facilidades de las clases sociales más pudientes. Finalmente no consiguen su cometido, pero su imaginación les permite disfrutar de las excentricidades de la clase alta, así que no cejan en su intento de conseguir llegar a ese estrato social y poder triunfar en un mundo en el que cada vez resulta más complicado salir adelante.

La crítica social adquiere un papel realmente importante en esta película, y en clave de humor van apareciendo los diversos problemas de la sociedad.
La sátira del trabajo en las fábricas, donde los trabajadores se ven obligados a cumplir estrictamente su obligación sin apenas descansos y con unas condiciones infrahumanas, es una parábola de la precaria situación de los obreros desde la revolución industrial estadounidense. Es esta una denuncia del taylorismo[2] y el fordismo[3], del trabajo obrero en cadena y del aumento de productividad a costa de los trabajadores; en definitiva, una crítica a los modelos productivos de la época, que alienaban a los obreros y les hacían esclavos de su propio trabajo. Este comportamiento, tratado en la película desde una perspectiva humorística, lo observamos en el personaje de Charlot, que enloquece ante la gran responsabilidad que conlleva el cumplimiento eficaz de su trabajo. Un trabajo rutinario, en un espacio muy pequeño y por supuesto no cualificado, sin las herramientos ni las condiciones adecuadas para el perfecto cumplimiento de éste.
Poco a poco los problemas de la sociedad se van hilando y van mostrándose, sin apenas presencia de diálogos que los denuncien, pero evidenciados únicamente con imágenes.
Otro de los pilares sobre los que descansa la crítica social de la película es la denuncia y la puesta en escena de los problemas de la ciudadanía estadounidense.
El protagonista, al salir de la fábrica, se encuentra con un país sacudido por las huelgas y las protestas sindicales, que reivindican mejoras en las condiciones de trabajo de los obreros de las fábricas. También se observa el paro y la pobreza que provocó el crack bursátil de 1929 en Nueva York. Esta crisis se extendió por todo el país, creándose en las afueras de principales ciudades como Los Ángeles, los llamados Hoovervilles, o ciudades de Hoover[4], zonas de chabolas en las que habitaba la población con más escasez de recursos (en una de estas chabolas habita el personaje con su joven compañera).
            La delincuencia es otro de los temas tratados y criticados en la película, siempre desde una visión humorística. Los robos y saqueos a tiendas eran cada vez más comunes y crecieron sustancialmente, como se observa en la película, en la que el protagonista presencia un robo en la tienda en la que trabaja como guardia de seguridad.

La película, al mostrar y denunciar la situación de tan convulsa época, consigue trasladar al espectador la preocupación por ésta, a la vez que realizar una crítica de la mayor crisis a nivel mundial, que no sólo sacudió los cimientos de la economía estadounidense, sino que repercutió enormemente en la sociedad.
Esta crítica también incide en el llamado sueño americano, un sueño en el que la tierra de las oportunidades que es Estados Unidos permite a todos sus habitantes llegar a lo más alto desde la situación más precaria. Lo observamos claramente en el constante intento de los protagonistas por salir adelante y conseguir un trabajo y una vivienda dignos, tras observar la enorme diferencia que existe entre su situación y la de los estratos sociales más pudientes. Es por eso que recrean imaginaria e irónicamente las excentricidades de las clases adineradas, y anhelan constantemente tal situación.
Este sueño americano frustrado encuentra un paralelismo con la obra de teatro Muerte de un Viajante, del escritor norteamericano Arthur Miller, en la que un desesperado hombre se va percatando poco a poco de que no ha conseguido alcanzar el éxito que el llamado “sueño americano” propugnaba. Si bien es cierto que dicha obra data de 1953, la crítica de ese sueño frustrado, de esa incapacidad de llegar a lo más alto, es muy parecida en la película de Chaplin, e incluso se podría trasladar la misma denuncia social a la actualidad. La crisis económica surgida en 2008 tras la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers y la consiguiente expansión de la crisis en todo el mundo, a la que se unen una gran crisis crediticia y de confianza en los mercados, ha provocado en la sociedad una gran frustración general. El paro se ha disparado en casi todos los países afectados por la recesión económica, y, si bien es verdad que la delincuencia no ha llegado al extremo de campar a sus anchas entre la ciudadanía, la sensación de malestar social si que ha repercutido enormemente en ella. Los sindicatos han reaccionado en diversos países, reivindicando por los derechos de los trabajadores, al igual que ocurrió en la crisis de 1929, y varios países, entre los que destacan Francia, Grecia o España han salido a la calle y organizado huelgas para protestar por la situación actual.
La crisis económica de 2008 fue el principal detonante de la mala situación económica y la desazón social que existe actualmente a nivel mundial. Si bien es cierto que no es equiparable la crisis de 1929 con la actual, si podemos llegar a la conclusión de que sus consecuencias, aunque más drásticas las de la crisis bursátil de 1929, son similares, ya que la sociedad en ambas ocasiones se ha visto vulnerada y ha perdido los derechos que anteriormente poseía (con pérdida de puestos de trabajo, de salarios y derechos laborales).



[1] Charlot, el personaje que interpreta Charles Chaplin en la gran mayoría de sus películas, es un vagabundo que siempre acaba involucrado en todo tipo de líos.
[2] El taylorismo, creado por el economista norteamericano Frederick W. Taylor, es un modelo productivo basado en la división de tareas del proceso de producción en una fábrica, todas ellas cronometradas, para conseguir mayor productividad, eficiencia y rentabilidad en el trabajo.
[3] El fordismo, modelo creado por el fabricante de automóviles estadounidense Henry Ford, es principalmente el modelo de producción en cadena, en el que encontramos semejanzas con el taylorismo. En este modelo cada trabajador realiza únicamente una acción, y se especializa en esa misma.
[4] Las ciudades-chabola anexas a las grandes ciudades tomaron este nombre del entonces presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover, al que culpaban los ciudadanos del declive y la desastrosa situación del país.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Rubbish


El hecho de juzgar o calificar algo sin conocerlo siempre se ha mostrado como un aspecto negativo del conocimiento humano. Sin embargo, ese conocimiento, ese prejuicio, cierto o no, sobre cualquier cosa nos permite tener un mínimo conocimiento de ésta. Entonces, ¿la ignorancia sobre un tema es peor que el conocimiento érroneo de éste? Si y no. Se dice que en la ignorancia radica la felicidad, y en parte es cierto. Si no prejuzgamos, si no tenemos una idea ulterior sobre algo o desconocemos totalmente a alguien, vivimos en una completa indiferencia en cuanto a ese algo o alguien se refiere. En cambio si tenemos un mínimo conocimiento de éste, sin contrastar con la realidad, desconocemos su certeza y su veracidad, pero tenemos una mínima idea de ello.
En parte es más positivo saber algo, sin saber si es cierto, que no tener conocimiento alguno sobre ese algo. Por ejemplo, ¿es más positivo creer que los judíos son avariciosos, sin saber si realmente lo son, antes que desconocer la existencia de los judíos? En parte sí, en parte no. Si lo único que sabemos de los judíos es que son avariciosos y el conocimiento que tenemos de ellos es negativo, en este caso puede resultar contraproducente para nuestro conocimiento, ya que antes de conocer a un judío lo veremos como una persona avariciosa. Sin embargo si no supieramos absolutamente nada de lo que es un judío, si ni siquiera pudieramos calificarlo, despectiva o positivamente, nuestro conocimiento de los judíos sería nulo.
En definitiva, los judíos suelen ser judíos. Aunque no siempre.