viernes, 31 de diciembre de 2010

El señor Pez

El señor Pez miraba en su interior y se veía bien. Estaba completo espiritualmente, y sonreía al escuchar una bella canción, incluso amagaba alguna lágrima. Sonreía al leer un bonito libro, y lloraba cuando sentía empatía y se emocionaba con la narrativa de algún escritor.
Andaba por la calle y también sonreía, mostrando su dentadura hasta las encías, a diferencia de la gente que le rodeaba. Andaba seguro de sí mismo, un paso tras otro, un paso tras otro y con la cabeza mirando al frente, en actitud altiva. Su mente estaba en constante bullicio, los engranajes que la conformaban no cesaban su constante trabajo, pero su alma estaba calmada. No tenía alteraciones, disgustos ni tristezas que alteraran la armonía y la paz de su alma.
Cuando el señor Pez miraba hacia atrás, hacia su pasado reciente, se daba cuenta de que había atado todos sus cabos: su pasado estaba solucionado, por lo que podía centrarse en su presente y en su más que prometedor futuro. Se conocía lo suficiente como para saber que era capaz de todo, y que el mundo era incluso demasiado pequeño para completar todas sus ambiciones. El señor Pez era feliz, y sabía que la felicidad es el deseo último del hombre. Ni el amor, ni la paz mundial, ni el dinero ni los bienes materiales.La búsqueda de la felicidad era el principal objetivo de la humanidad. Si el señor Pez era feliz paseando entre álamos y robles, acompañado del ulular del viento y el sol calentando su curtida cara, entonces podía decirse que el señor Pez había descubierto el significado de la vida.

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