sábado, 5 de marzo de 2011

Todo y/o nada


Se dice (y lo leo en La Vanguardia) que en el año 2000, cuando el actual Papa Benedicto XVI, siendo entonces cardenal, visitó el Museo del Prado, sorprendió a todos los asistentes por sus conocimientos pictóricos. Éste, conocedor de la obra de Francisco de Goya, declinó amablemente la oferta de contemplar las obras de Zurbarán y Murillo, grandes de la pintura religiosa española, para poder visitar las pinturas negras del pintor zaragozano. Fue entonces cuando el entonces cardenal y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se fijó especialmente en una de las pinturas más enigmáticas y bajo mi punto de vista más bellas de toda la producción pictórica de Goya . Dicho cuadro, titulado Perro semihundido o simplemente El Perro, captó la atención de Ratzinger durante varios minutos, ante la sorpresa de sus acompañantes, que esperaban de él una enorme devoción por las pinturas religiosas.

Perteneciente a la etapa de la Quinta del Sordo, en la que el pintor olvidó el academicismo y se centró en pintar obras costumbristas (Procesión de San Isidro), abstractas y surrealistas desde una perspectiva lúgubre y oscura, este cuadro es el más indescifrable de la colección de pinturas negras de Goya. Es una obra que permite al espectador dar rienda suelta a su imaginación, a su capacidad interpretativa. Es por ello que los significados connotativos, es decir, la interpretación subjetiva que le damos, difiere enormemente según quien observe el cuadro. Y eso es principalmente lo que me atrae de él. Tiene un trazo grueso y caótico, anteponiéndose a las vanguardias de principios del siglo XX, pero eso es algo que cualquiera puede observar denotativamente, viendo el cuadro tal y como es. Es en la visión connotativa, subjetiva, donde radica la grandeza del cuadro.

En mi opinión, y tal y como decía Ernst Fischer ( “En una sociedad decadente, el arte, si es verdadero, debe reflejar tal decadencia”), el perro semihundido es la sociedad de la época. Es la sumisión ante una autoridad, representada por una sombra difuminada, que no comprendemos. Es la pérdida de la esperanza, que se va hundiendo, tal y como se hunde el perro. Somos ese perro, con esa mirada, sin creer en nada, como nihilistas, simplemente sometiéndonos a los que se nos impone. Nos da miedo lo que se cierne sobre nosotros, somos incapaces de movernos, de escapar, nos sentimos impotentes. Es un cuadro religioso, pero a la vez ateo, pagano. Es mucho y no es nada. Es feo y bello a la vez.Es un poema visual, tal y como dijo Rafael Canogar, una perfecta muestra de la decadencia de la sociedad en la que vivió Goya, y una puerta abierta a las inquietudes y miedos del autor que, enfermo y sordo, le quedaba únicamente exhalar su último aliento.

Versión original fotografiada por
J.Laurent.
Todas estas impresiones, extraídas de muchos momentos de observación del cuadro, pueden desmoronarse al descubrir que en realidad es ésta quizá una obra inacabada. El fotógrafo J. Laurent fotografíó la obra tal y como fue pintada originalmente en la Quinta del Sordo, una vez fallecido Goya, y en ella se puede observar una gran roca y la mirada del perro hacia unos pájaros en el cielo, al igual que el mismo aspecto inacabado de la pintura que se conserva actualmente.

Sea o no incabada, las sensaciones que transmite son inmensas, y tal y como dijo el genial pintor surrealista Antonio Saura es “el cuadro más bello del mundo”.
Y yo no soy quién para refutar tal argumento.


Ricardo Dudda





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